La Claudia se acostó con mi marido. Y tiene cara para decírmelo ahora. Y no sólo se acostaron una vez no no no. Tuvieron un hijo, niño que yo crié como mío. Pensaba en mi inocencia que su padre era un hombre cualquiera, no mi marido, no mi marido. El descaro es tan grande, dolor, dolor, dolor.
Ella tiene la culpa de todo, yegua. Las hermanas, Claudia, no hacen eso. Él no tiene culpa, él no tiene mucho que ver.
Mis lágrimas están tan saladas como la vez anterior, y la anterior, que supe de otro de los hijos de mi marido. Pero ni siquiera el resignarme está en mis manos. Dolor, dolor, nada.
-¿Te sirvo once viejo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario